Estando Diógenes en Corintio, llegó a la ciudad el gran conquistador Alejandro Magno. El filósofo se hallaba sentado al sol junto al gran tonel en el que dormía. Se trataba de una enorme tinaja tumbada junto a las escaleras que daban acceso al ágora.
El emperador llegó con su gran ejercito y toda la población fue a recibirlo. Alejandro estaba de paso en la ciudad y después de saludar a los nobles, quiso conocer a Diógenes antes de partir. Ordenó que lo condujeran a su morada.
El filósofo, absolutamente indiferente a Alejandro, seguía sesteando delante del tonel.
- Filósofo - dijo Alejandro - soy un gran admirador tuyo. Me he desviado de mi ruta solo para conocerte. Iba a traerte un regalo, pero no he encontrado nada lo suficientemente valioso para un maestro como tú. Pídeme lo que deseas y te será concedido de inmediato.
- Muy bien, sólo te pediré una cosa: apártate para que pueda seguir tomando el sol.
Al marchar, los hombres de Alejandro Magno empezaron a criticar al sabio. Alejandro les detuvo, diciendo:
- En verdad os digo que, de no ser Alejandro, de buena gana sería Diógenes.
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